Buenos Aires, condenada a la inundación por fallas del planeamiento urbano

En su nuevo libro, Antonio E. Brailovsky repasa 500 años de historia de lluvias y postula que los vecinos deberían adaptarse a la convivencia con el agua, por más que eso haga que las propiedades pierdan valor. enrique garabetyan Año tras año, los habitantes de Buenos Aires asisten a una escena repetida: llueve copiosamente, muchos barrios se inundan y la ciudad queda, literalmente, cortada. Al bajar el agua, el funcionario de turno promete obras que “solucionarán definitivamente el tema”, mientras negocia indemnizaciones con los vecinos afectados. Pero el compromiso asumido sólo quedará en las palabras. “Es difícil aceptarlo porque no se visualiza, pero el área urbana de Buenos Aires se ha extendido –desde hace décadas– sobre las cuencas de inundación de varios arroyos y en la parte inferior de la barranca del Río de la Plata. Y aunque ahora el agua circule entubada y las construcciones parezcan haber domado al ecosistema, la existencia de edificios no anula las leyes de la naturaleza: cuando llueve, el agua corre de las zonas altas a las bajas y si allí hay viviendas, se inundan.” Quien postulaesta idea es Antonio Elio Brailovsky, profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la de Belgrano y docente de posgrado en la Universidad de La Plata, entre otras. Brailovsky acaba de publicar el libro Buenos Aires, ciudad inundable: por qué está condenada a un desastre permanente, donde repasa –con agilidad y detalle– cinco siglos de historia de inundaciones y sus consecuencias, y avanza con un análisis acerca de por qué se trata de un problema irresuelto y cada vez más grave, a pesar de las decenas de obras con las que se intentó resolver. Su hipótesis resume un hecho antipático, pero que la experiencia muestra real. Se pregunta este economista devenido en ecologista: “¿Nos atreveremos a aceptar que no hay solución definitiva al alcance para las inundaciones y que la mejor gestión de las crecidas es aquella que acepta esta realidad?”. “La idea constante de las sucesivas administraciones de la Ciudad es que una nueva construcción terminará con el problema de la inundación, y eso simplemente no es así”, le dijo a PERFIL. Y agregó: “Todas las obras pueden ayudar a atenuarlas, pero es muy difícil, y demasiado caro, saldarlas en forma total, simplemente porque demasiada gente vive en zonas inundables”. ¿Cuál es la respuesta que propone Brailovsky para enfrentar este fenómeno inevitable y natural? “Lo que deberíamos hacer es adaptarnos con medidas relativamente simples y no tan costosas, pero que permitirían capear mejor la llegada del agua, con menos daño económico y menos riesgo de pérdida de vidas”, propone. Alternativas. Entre las varias opciones, Brailovsky sugiere: “Ante todo, definir con claridad las zonas con riesgo de inundación. Y allí cambiar los Códigos de Edificación y de Planeamiento Urbano para adaptarlos a la realidad. En esas zonas habría que elevar el terreno de cada nueva edificación, prohibir garajes, hacer que el tendido de electricidad sea aéreo y poner cámaras de luz y de teléfono elevadas”. También señala que se podría hacer algo simple, como colocar puentes peatonales sobre la avenida Juan B. Justo y así evitar que los bomberos tengan que cruzar a la gente en un gomón, dice. El especialista propone, además, que las calles inundables y los edificios en riesgo(donde se sabe que habrá cortes de luz que pueden durar varios días) tengan luces de emergencia y baterías para heladeras y freezers de los comercios. “Tampoco estaría mal señalizar con semáforos las vías de escape alternativas para los autos, para facilitar evacuaciones y el flujo de tránsito. Y hay otras medidas simples que ayudarían como tener un arbolado urbano perenne y disminuir el cemento de las plazas para que haya más terreno con capacidad de absorción”. Negación. Antonio Brailovsky es consciente de que, aunque son simples, el problema es que se trata de medidas impopulares. “Es que impl ican que el ciudadano acepte oficialmente que vive en una zona inundable. Y eso hace, por ejemplo, bajar el valor de su propiedad. Esa es la razón por la que los propios habitantes no aceptan que el problema no tiene solución inmediata y cuando pasa un tiempo sin tormentas se olvidan de la úl-tima experiencia y vuelven a dejar el auto en un sótano que ya se inundó. O confían en la próxima obra que encara la administración de turno”, explicó Brailovsky. Ese fenómeno de negación también se expresa en el voto. Según este decano de la ecología en la Argentina, “la gente preferirá votar funcionarios que le digan lo que quiere escuchar. Y si una autoridad admite que la solución no es simple ni inmediata, corre el riesgo de rec ibi r mi les de juicios de personas asentadas ‘de buena fe’ en una zona inundable, pero en la que el Estado permitió legalmente construir”. Brailovsky finalizó sin concesiones: “En la Argentina, las víctimas de las crecidas son quienes dan el máximo respaldo a quienes las anegaron. En una sociedad en la que el valor de las propiedades es un bien más protegido que la vida, son muchos los inundados que no quieren escuchar la realidad y viven pendientes de la próxima –y seguramente inútil– obra mágica”

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